Celeste Lusetti y Marcos Rodriguez Lozano

Los territorios funcionales como unidades de desarrollo en la era post pandemia

Los territorios funcionales como unidades de desarrollo en la era post pandemia 600 600 Silvio Dal Buoni

¿Cuál es la importancia de incorporar una mirada amplia a la hora de definir intervenciones territoriales? ¿Por qué es necesario ir más allá de la dimensión político – administrativa para generar transformaciones locales? ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de territorios y abordajes funcionales?

Existe hoy en día, en estos tiempos pandémicos y post pandémicos que vienen evidenciando notablemente las desigualdades territoriales, la necesidad de repensar el concepto de desarrollo a partir de la “vuelta a lo local”. Esta visión, si bien no es nueva, vuelve a poner en discusión no sólo el modelo económico de las sociedades modernas, sino también la construcción de las políticas públicas y el status quo. En el nuevo contexto mundial, se vuelve necesario, y casi obligatorio, volver al origen, la unidad territorial, para poder pensar, construir y diseñar, modelos alternativos de desarrollo construidos y planificados sobre bases sólidas y tangibles sustentados en las capacidades y potencialidades de los territorios.

También constituye una necesidad imperiosa que sean los propios actores territoriales de los diferentes sectores, el público, el privado y el social, quienes lideren los procesos. Que sean ellos, desde sus realidades particulares, sus historias, sus culturas, sus lazos de articulación con otros, sus motivos para hacer o dejar de hacer, sus ganas y también sus imposibilidades y temores, los que tomen la posta e inicien el proceso de transformación hacia nuevas formas de desarrollo más sustentables. 

El desarrollo requiere entonces de motores en marcha, de visiones compartidas entre los actores territoriales, de una construcción superadora, integradora de lo social, lo económico y lo ambiental.

El desarrollo, así pensado, implica también conocerse, estar informados y estar conectados. Una comunidad debe “conocerse” y a partir de esa toma de conciencia sobre su realidad puntual comenzar a pensar juntos modelos de acción transformadores y alternativos capaces de incidir directamente en la calidad de vida de las personas. Asimismo, no basta con “conocerse” para poder desplegar su potencial. El mundo globalizado exige que los territorios puedan observarse en perspectiva, es decir, en interacción con otros de acuerdo con su funcionalidad.

El concepto de territorio funcional aparece para complementar esta nueva forma de pensar el desarrollo. El mismo refiere a unidades geoespaciales caracterizadas por contener, hacia su interior, una alta frecuencia de interacciones económicas, sociales y culturales entre sus habitantes, sus organizaciones y sus empresas, como bien pueden ser, por ejemplo, los mercados laborales, los mercados de bienes y servicios, las redes sociales, la identidad étnica o cultural, y, también, la organización político-administrativa del estado que crea espacios de servicios públicos. Visto desde esta óptica, un conjunto de localidades pueden ser parte de un mismo territorio funcional, si las personas que viven ahí se desplazan principalmente entre ellas para trabajar, para acceder a servicios públicos y privados, para comprar y vender, o para interactuar con las personas y organizaciones que hacen parte de su red social.

Como es evidente, estas interacciones requieren y son facilitadas por infraestructura y servicios que permiten el movimiento y la comunicación entre personas y organizaciones y el intercambio de bienes y servicios. Los territorios funcionales son, entonces, superadores de la unidad, de la localidad o la ciudad, implican una concepción más amplia, un tanto más general y dinámica del ordenamiento  político administrativo del territorio.

Pensar en clave de territorio, de capacidades y potencialidades de ese territorio constituye el gran desafío para el desarrollo en los tiempos pandémicos y post pandémicos. 

Pensar en clave de territorios funcionales, entendiendo que somos partes indivisibles del todo, integrados, en constante movimiento y articulación, constituye la utopía del desarrollo. El camino que va desde la singularidad, en interacción con otros, a lo deseado puede, en este contexto tan marcado por la incertidumbre, ser un ancla sobre la cual comenzar a deconstruir las desigualdades espaciales y los cambios que ello genera en los territorios a nivel social, económico y ambiental.

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